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Dos minutos, cuarenta segundos y una novela


Este libro habla de cualquier deporte que, actualmente, puedan practicar las mujeres de forma oficial. Curioso, didáctico y muy feminista. Porque, además de reivindicar los derechos de la mujer de forma sosegada, se siente una búsqueda de la igualdad entre hombres y mujeres muy atractiva. No se arremete contra nada y eso ya es mucho.

Las mujeres han tenido que pelear por su lugar natural en este mundo con uñas y dientes. Mientras los hombres gozaban de posiciones de claro privilegio, ellas buscaban formas para igualar situaciones. Y siguen haciéndolo.

Así ha sido la historia y así se sigue escribiendo.

El mundo del deporte no se ha librado de algunas injusticias que relegaron a las mujeres a un segundo plano tan injusto como inexplicable. Casi ningún ámbito a estado a salvo.

¿Cómo es posible que el rugby femenino comenzase a existir en España en la década de los años 80 y no mucho antes? ¿Es normal que los hombres puedan competir desde el año 1924 en combinadas de salto y esquí de fondo en los Juegos Olímpicos y las mujeres lo hagan desde 2020? ¿Cómo se explica que, por ejemplo, Katherine Switzer fuera la primera mujer que corriera la maratón de Boston puesto que era cosa exclusiva de los hombres?

Kathrine Switzer fue atacada por parte de uno de los organizadores de la maratón de Boston de 1967

«Las chicas jugamos a todo» es un libro firmado por Natalia Arroyo Clavell, Elisa Sanjuan Ramírez y Roger Zanni. Ellas escriben y él dibuja.

Los textos explican varias cosas de cada deporte que se va presentando. En ‘¿Cómo jugamos?’ se explican las reglas básicas del deporte de turno; ‘Levantar barreras’ es la micro sección en el que se indaga sobre la injusticia y la desigualdad que ha sufrido la mujer durante la historia de cada deporte presentado; en ‘¿Sabías qué? se aborda alguna anécdota de interés; en ‘Campeonas’ se nombran a las mejores... Cada deporte se explica y el conjunto es lo que forma el contenido fundamental del libro. Se utiliza un lenguaje asequible para los niños y niñas de más de 8 años. Y sin pasar facturas ni dando empujones molestos. Las autoras son especialmente delicadas al expresar las ideas.

Las ilustraciones son muy divertidas. Instaladas en el borde de la caricatura (traspasándolo en alguna ocasión) el trazo de Zanni es sencillo, detallista y despliega una paleta de colores vivos y luminosos que gustan mucho a los pequeños.

Destila este libro un enorme amor por el deporte y una reivindicación sensata y tranquila de esa igualdad entre hombres y mujeres que tanta falta hace en el mundo actual.

Calificación: Necesario. Divertido.

Tipo de lectura: Los niños y niñas aprenderán a clasificar los deportes, a entenderlos y reciben una clara invitación a practicarlos.

Tipo de lector: Niñas y niños de más de 8 años. Niños con o. Este libro no es para ellas y solo para ellas.

¿Dónde puede leerse? Después de jugar un partido en un banco del parque.

G. Ramírez

 


‘Rhapsody in blue’ es una obra musical de George Gershwin, es el dibujo que quiso hacer el compositor de una época alocada, divertida y llena de posibilidades; Nueva York era para Gershwin una enorme posibilidad. Pero el crack del 29 derrumbó todo eso. ¿Habla de esto mismo el cómic homónimo de Andrea Serio? No, definitivamente no. El título llega gracias a una carta del protagonista de la historia que cuenta Andrea Serio. En esa carta habla de ‘Rhapsody in blue’.

El cómic de Andrea Serio habla de vidas bastante sencillas. Y del cielo azul, y del océano azul, y del futuro azul.

Mussolini comenzaba a destrozar Italia. Andrea Goldstein viaja a Estados Unidos y hace de ese país su hogar. Aunque volverá a su Italia querida, en plena Segunda Guerra Mundial, para pelear por la libertad como americano. Cruza el azul inmenso del Atlántico, disfruta del mismo cielo azul que años atrás.

La trama es costumbrista. La guerra es solo un ingrediente más, un vehículo para describir un mundo que se hundió para siempre dejando atrás esa ensoñación que representaba ‘Rhapsody in blue’, una partitura con la se marcaba el camino que unía la música clásica y el jazz, lo viejo y lo nuevo, el pasado y el futuro.


El trazo grueso de Andrea Serio es impecable y el despliegue del color impresiona. Lorenzo Mattotti o Lorena Canottiere están detrás del trabajo de Serio y, así, el color es una herramienta narrativa esencial. Hooper también está y las estampas de Nueva York se dejan sentir en las viñetas de este cómic. En definitiva, el trabajo de Serio es más que interesante. El trabajo con lápices de madera llama la atención por la carga expresiva que añaden en cada viñeta. El color cae como una losa sobre unos personajes que intuyen un futuro demoledor aunque lo asumen sin inmutarse, con el arrojo necesario para vivir con intensidad la vida que nos toca a cada uno.

‘Rhapsody in blue’, a diferencia de otros trabajos que viven de un desenlace con mensaje claro, no finaliza, no trata de enseñar nada que no sepamos; es una serie de momentos que hablan de un mundo y su descomposición, de vidas alegres de jóvenes, de las mismas vidas llenas de arañazos, de la vida tal cual es.

Calificación: Muy interesante.

Tipo de lectura: Apasionante, en busca de detalles y matices.

Tipo de lector: Cualquiera interesado en saber cómo se puede todo con casi nada.

¿Dónde puede leerse?: Mirando el mar, el cielo, la nieve.

 

G. Ramírez



Julio Cortázar (Bruselas, 1914 – París, 1984) fue un gran escritor. Pero, además, fue un excelente aficionado al jazz. Nunca dudó en mezclar literatura y jazz. 'Rayuela', posiblemente la novela más leída del autor, es una muestra de esto último que digo. Aunque no es la única ni la más importante.

'El perseguidor', relato breve incluido en el libro 'Las armas secretas', habla de un saxofonista, de un genio, de una vida tormentosa, de drogadicción, de promiscuidad, pero, sobre todo, de música y del que es capaz de interpretar una pieza como nunca antes ni después nadie hizo o hará.

Los aficionados al jazz habrán descubierto a primera vista que Cortázar habla de Charlie Parker, de su música. Y el tema que trata en profundidad es la soledad del genio, la incomprensión que vive.

El relato es una joya. Nos encontramos con imágenes de gran potencia (un vestido rojo que luce una mujer y que en el entorno que se describe se convierte en una especie de coágulo repugnante; un saxo completamente deformado por el lado del alma). Nos encontramos, en el desarrollo narrativo, con distintos cambios de registro que hacen sospechar que la de Cortázar es una escritura muy parecida a la música que hace el protagonista. Porque los ritmos se modifican, porque los lamentos, los gruñidos, el fraseo del personaje, se escuchan con un ritmo de fondo que nos ha enseñado a comprender Cortázar.

Las ideas se van desgranando. Es especialmente interesante esa puerta a la que hace referencia Johnny, cómo el tiempo te coloca a un lado o a otro; cómo las palabras no sirven para expresar, ni la música, ni los recuerdos salvo que ese tiempo te desplace al otro lado. Y aparece la soledad como gran carga para el ser humano.

El narrador es Bruno V., crítico de jazz y biógrafo del músico. Nos cuenta, nos enseña, trata de expresar todo aquello a lo que asiste. Pero no puede. Deja hablar a Johnny, se irrita con él, se arruga ante la realidad. Y hace dinero con las cosas del protagonista. Durante todo el relato se justifica, trata de mantenerse al margen aunque presuma de lo contrario y escribe eso que no se atrevió a decir en la biografía de Johnny. Sencillamente, no sabría decir algo así porque ni lo entiende ni existe lenguaje que pueda acercarse a ello.

Todo aquel aficionado al jazz debe echar un vistazo a este relato. Con tranquilidad, sin presiones ni distracciones externas. Escuchando la música de Charlie Parker, intentando descubrir cómo es posible que a un músico se le vaya la propia vida en cada nota porque no entiende nada de lo que le sucede y ni siquiera esa música puede expresar el sentimiento; descubriendo que droga y miseria no pueden andar juntas, que las palabras llegan aunque lo peor es que vengan con lo que está en las palabras...

No se puede pedir más. Jazz y literatura de gran altura.

G. Ramírez



La lectura de algunos libros marcan definitivamente, orientan el pensamiento y la mirada del lector hacia territorios poco frecuentados antes de producirse esa lectura

Una de mis amigas más jovencita acaba de terminar la novela «Mientras agonizo» de William Faulkner. Me decía ayer: ¿Cómo es posible que un mundo tan repugnante como el que se pinta en la novela pueda parecerte reconocible? Es como si ya hubiera estado allí, muchas veces. Y, sin embargo, no tiene nada que ver con mi vida. Es lo mismo que sufrir de vértigo. La caída parece arrastrarte, es como si te llamara y tú no pudieras resistirte a acudir sabiendo lo que te espera. Y lo que te espera es el horror y la muerte.

Siempre he pensado que el lector lo que quiere es conocer y reconocer su propio horror y su propia muerte en la de otros. Sería más exacto decir «en otros». Es verdad que puede ocurrir lo mismo con la diversión y el amor. La diferencia es que eso podemos conocerlo y reconocerlo en una sala de fiestas. Hay más opciones.

Una lectura que se limite a una opinión sobre lo bien escrita que está la novela es una lectura estéril porque el que nos cuenta pone a nuestro alcance mucho más que un alarde retórico o estilístico, mucho más que una sucesión de divertidas o espantosas anécdotas que sirven para entretener el pensamiento con milongas. Lo que se pone enfrente del lector al escribir ha de ser una representación de la realidad que se incorpore a la del individuo. Eso se toma o se deja. No caben opiniones. Otra cosa es que, más tarde, las personas que necesitan vivir de ello, analicen las obras y nos lo cuenten en un ensayo que puede ser de lo más interesante aunque no podrá aportar ni un ápice a la experiencia que produjo esa lectura y que nos conmocionó.



¿Hay algo más divertido que tener una experiencia que nos modifique la forma de pensar aunque sea sobre la muerte propia? Desde luego leer una patraña sobre Leonardo y la Iglesia no lo es. Mirar la televisión tampoco.

Cuando abrimos una novela vivimos en otros nuestra propia experiencia (si no la hemos tenido la descubrimos y la sumamos de forma vicaria). Sea cual sea. Y esa es una de las razones por la que una persona dedica buena parte de su tiempo a leer.

Y debe ser este uno de los motivos por los que desconfío de la crítica que se viene realizando en los últimos tiempos. Mucho tecnicismo, mucho lenguaje por aquí y por allá aunque poca experiencia vital. Es más, son pocos, poquísimos, los críticos que hacen referencia al tema de la novela por incapaces. Sí se manejan bien con los vehículos que se utilizan en la narración para llegar a ese lugar que nunca aparece, me temo que por desconocerlo. Pero del «cogollo», de la esencia de la narración casi nada. Sin embargo, el lector (sin reconocer la razón y ni falta que hace porque no le pagan un solo céntimo por ello), el lector, decía, sí llega a esos territorios porque modifican parte de su ser. Sin tecnicismos, sin grandes habilidades para la escritura. Pero con toda la vida por delante para experimentar lo que nunca ha conocido.

Si quieres leer la primera parte pulsa aquí

G. Ramírez




Ediciones Vernacci acaba de publicar (enero de 2024) un libro titulado 'Gato Donato y el paraguas dorado'. Un formato original (apaisado, casi cuadrado -160 x 140 cm- y manejable para los jóvenes lectores), una edición cuidada, de calidad; y un precio razonable. 

El relato tiene como protagonista a Donato, un gato que ha olvidado cómo puede llegar a sentirse alegre, que viaja a través de un sombrero buscando un paraguas porque se está mojando y esa puede ser la causa de sus males. A lo largo de las 46 páginas del ejemplar (las viñetas ocupan dos páginas) acompañamos al gato Donato para entender qué le pasa y qué solución se puede dar al problema.

El gato Donato es un personaje con el que los autores -Rafael Lindem y Guiomar González- homenajean a Félicette, una gata que fue enviada al espacio desde el Centro Interarmées d'essais d'engins spéciaux. Era la primera gata tripulante de una nave espacial y logró regresar con vida a la Tierra. Poco después, los científicos acabaron con su vida para obtener datos de su actividad cerebral.

El relato busca profundidad y un mensaje bastante claro, pero lo hace con un vocabulario que, tal vez, le quede grande a los pequeños lectores. Un niño de 8 o 9 años tendría dificultades para entender lo que le dicen sin tener a un adulto cerca. Sea como sea el libro contiene un mensaje que tiene que ver con la compañía, con la necesidad de relacionarnos y de vivir en el mundo que nos ha tocado porque, entre otras cosas, es el que tenemos.

Las ilustraciones buscan una coherencia interna sólida y el ilustrador lo consigue. Pero tenemos el mismo problema que con el texto. Demasiado negro y un trazo que busca más describir un estado de ánimo que la mera ilustración que podría acompañar el texto y que sirviese de agarradera para los más pequeños. Con un adulto al lado mejor que mejor.


Calificación: Interesante.

Tipo de lectura: Rápida, amena y exigente para niños por debajo de los 9 años.

Tipo de lector: Niños y adultos que acompañen en la aventura de Donato.

¿Dónde puede leerse?: Bajo la lluvia.

Escrito para… Pensar, Regalar, Niños de 6 a 10 años.

G. Ramírez


 


Revisa, Thomas Mann, en el viaje que propone su concepción del mundo, de la mitología, del proceso creativo, de la muerte como meta del ser humano. Y lo hace desde una prosa exquisita, llena de matices, difícil de interpretar salvo que el esfuerzo del lector sea importante.

La lectura de esta obra, bien puede quedarse casi en lo superficial y limitarse a una historia de amor imposible entre un hombre recién llegado a su vejez y un adolescente, bien puede convertirse en un reto en el que Hermes, Apolo, Dionísio y un gran número de referencias mitológicas, son protagonistas y convierten el universo del personaje en algo que va más allá. La contraposición y el tránsito entre lo apolíneo y dionisíaco, el camino que hay entre el arte y la muerte, entre la idea y su verbalización, entre la nada de Nietzsche y la eternidad de los dioses; son los pilares de una novela que soportan una trama valiente que quiere indagar en el mundo de un personaje sorprendente y profundo.

En ‘La muerte en Venecia’, nada pasa sin ser necesario, cada detalle debe ser tenido en cuenta. Cuando el protagonista, un escritor llamado Aschenbach se refresca tomando una mezcla de zumo de granada y soda, el lector puede quedarse en la anécdota, pero puede llegar a saber (si no lo conoce ya) que ese zumo está vinculado a Hades porque cuándo este secuestra a Perséfone se lo hace probar ya que quien toma bocado allí está condenado a no salir jamás. Como le ocurre al personaje con Venecia, como le ocurre una vez que se ve inmerso en un amor prohibido. Los sueños de Aschenbach nos llevan hasta los ritos báquicos, los personajes que pudiéramos considerar actantes (lo son, por supuesto) mirados con atención comparten rasgos que les convierte en el propio Hermes. Todo en el relato es fundamental. La propia Venecia funciona como correlato del personaje y, a la vez, como recordatorio de una Atenas idealizada que termina en desastre. Platón aparece en la narración para quedarse hasta el final. El mar es la eternidad y la propia muerte. El proceso creativo, el talento, la rendición del autor ante una burguesía que acepta, o no, la obra si se adapta a sus cánones o los intenta saltar, todo en ‘La muerte en Venecia’ nos arrastra hasta la reflexión.



Pero la lectura más superficial es otra opción. Tan buena como la primera. Se trata de una novela tan bien escrita que, aún sin entender el cien por cien de lo expresado, gusta a cualquiera. Esta es una forma de escribir que se echa en falta actualmente.

Thomas Mann es uno de os grandes autores de la historia de la literatura. Y «La muerte en Venecia» una de sus obras más deslumbrantes.

Calificación: Extraordinaria.

Tipo de lectura: Tranquilizadora.

Tipo de lector: Cualquiera que esté dispuesto a afrontar retos.

Personajes: Perfectos. Los secundarios (todos) representan a un ser mitológico.

Argumento: El viaje inevitable hasta la muerte.

¿Dónde puede leerse?: En el Lido.

G. Ramírez

La vida, la de cada uno de nosotros, no suele corresponder con la que deseamos. No quiero decir con esto que nuestra existencia se convierta en una especie de tortura continua o que una vida sea la lacra que nos tocó en un reparto estúpido para que cargáramos con ella nos gustase o no. No. Lo que digo es que el hombre tiende a buscar mejoras en su existir, lo que él cree que puede ser una tendencia a la perfección lejana e inaccesible. Si cualquiera de nosotros tuviéramos la posibilidad de accionar un mando que modificase el mundo a nuestro gusto lo haríamos sin pensar dos veces. Queremos un mundo que se parezca al nuestro soñado, queremos una existencia en la que seamos importantes, necesitamos ejercer cierto control sobre la realidad que conocemos. Y necesitamos creer en algo. Sea lo que sea. Si la religión falla, el movimiento normal del hombre es buscar alternativas que sirvan de explicación propia. Agarrarse a una religión, a una ideología o a la literatura, tienen, finalmente, un efecto parecido. La única forma de dominar un mundo como el nuestro es convertirlo en un objeto manejable, en una representación a la que puedan tener acceso las personas sin llevar por delante el poder político o religioso, la única forma de dominar el cosmos es ordenarlo, elegir un pequeño trozo del caos y convertirlo en existencia ordenada. En cada libro encontramos un mundo a la medida del autor y a la de sus lectores. El tiempo tiene un principio y un final, los personajes tienen una vida que deseamos para nosotros mismos o que detestamos y que ¿la quisiéramos para otros?, espacios que nunca conoceríamos de otra forma. Pero mundos, tiempos, espacios y personajes mentirosos porque nos enseñan lo que no ha sido ni será, lo que deseamos y nunca tendremos en nuestra realidad. Tan sólo lo incorporamos en nuestra experiencia sabiendo que es una gran mentira anhelada. Necesitamos creer en algo.


Y con la literatura nos vemos capaces de hacerlo en nosotros mismos, en los fantasmas propios y en los que compartimos, en los recuerdos de nuestro pasado y los que nos ofrece la ficción. La mentira que es la ficción nos abre sus puertas para que podamos creer que una vida deseada es posible. La lectura de una novela no puede pasar por el entretenimiento como sustento único de la acción de leer. Si alguien intenta defender esa postura se está engañando y negando su propia insatisfacción con la vida. Abrir un libro significa abrir un mundo que nos puede entusiasmar o hacer estragos en la conciencia, pero un mundo que buscamos como posibilidad de vida, como alternativa a lo que somos. La literatura siempre fue ese mando que accionado dibuja una realidad parecida a la buscada, o la que odiamos y nos recuerda que el movimiento es hacia el lado opuesto de lo representado, o una parecida a la nuestra en la que ventilamos un ejército de fantasmas y miserias. Al fin y al cabo un mando que accionado nos traslada lejos de lo que somos e inunda de mentiras un día cualquiera convertido en palabras que no significan lo mismo que en la oficina o en casa.
Si quieres leer la segunda parte pulsa aquí.

G. Ramírez


La sociedad actual demanda libros fáciles de entender, que sean voluminosos (sí, aunque usted no lo crea, muchas editoriales exigen a los autores que se extiendan para que el libro pase de trescientas páginas) y que cuenten muchas cosas. Debe ser que esas novelas que cuentan poca cosa o que hacen que el lector sienta que no ha entendido nada no son rentables; y la rentabilidad es lo que ordena el mundo. Por otra parte, el lector desea rentabilizar lo que lee; da igual si la cosa es superficial (muchas veces), el caso es que si pago veinte euros es para que la novela dure un tiempo.

J. Conrad escribió una de esas novelas que, aparentemente, no cuenta gran cosa y que el lector suele abandonar porque le parece un tostón o porque no entiende por qué le cuentan eso. ‘El Corazón de las Tinieblas’ es ese relato.

Se narra un viaje. Un viaje que no es al infierno como tantas veces he oído decir. Ese trayecto hasta el infierno lo sería si estuviera salpicado de peligros y la progresión en la tensión narrativa tendría que ir de menos a más. El viaje a través del río es lento y mantiene una línea continua de principio a fin. (Se trata del río Congo aunque su nombre no aparece. Casi ningún nombre aparece. Ni de lugares ni de personas). Todo en ese viaje es lento. La desintegración (quizás sea el final de la ruta) aparece poco a poco. Y lo hace desde una rutina apática y perezosa.

Lo cuenta Marlow (un primer narrador desaparece muy pronto y le da paso). Hace entrada en el relato comparando hombres con hombres, tiempos con tiempos. Iguala mil novecientos años con un breve momento. Ni tiempo ni escenario modifica las actitudes del ser humano, todo se repite. Quizás por eso el viaje hacia la degradación es lento, quizás es volver a vivir lo ya vivido.

Testigo silencioso de todo lo que pasa es la selva. El escenario adquiere una importancia que al lector no puede parecerle poca cosa. Silencio y misterio. Se dispara o se lanzan flechas sin saber de dónde vienen sin saber qué es lo que se quiere destruir.

En contraposición a este silencio, nos presentan a Kurtz desde su voz. Parece que puede reducirse a eso, a su voz. Cuando todos los personajes que van apareciendo tienen un discurso fragmentario (algunas conversaciones se presentan mutiladas por la falta de audición del testigo), Kurtz es presentado como una voz, como alguien que dice lo que nadie es capaz de decir. Lo más curioso es que, llegado el momento de conocer al personaje, no podemos oír casi nada de lo que dice. ‘El horror, el horror...’ es la frase más famosa de la novela (gracias al cine y no a la propia narración) y dice más bien poco. Críptica. Nos obliga a especular sobre su verdadero sentido y significado.

En este asunto tiene que ver (siempre es así) el narrador. Porque durante el relato todo parece quedar dicho a medias. Por ejemplo, nos dice que Kurtz asume las costumbres indígenas, nos lo muestra durante la celebración de un rito que nos puede llevar a pensar en excesos, pero ahí deja la cosa. Y es que el narrador elige meticulosamente lo que quiere decir. Tiene una intención muy concreta que si el lector no detecta se puede perder en lecturas vagas o estériles. ¿Cuál es esa intención?


Vayamos por partes.

Marlow afirma detestar la mentira y, sin embargo, miente. Elimina una nota de Kurtz que este incluyó en un informe y que podría poner en entredicho lo que Maslow cree que es Kurtz, lo que representa. Y engaña a la prometida de Kurtz cuando esta le pregunta sobre sus últimas palabras. Por tanto, una lectura correcta de la novela exige que estemos muy atentos a estas afirmaciones y las contradicciones que se detectan en la voz narrativa.

Como me estoy extendiendo más de lo que quisiera, hago un inciso. Desde un punto de vista descriptivo, la novela presenta un aspecto muy interesante. Todo aparece aunque no se dice qué es. Los palitos que caen en el barco se convierten en flechas un poco después. La narración se va llenando así. A esto se le llama ‘descodificación demorada’.

Conrad creó con Maslow una voz que entiende la necesidad de omitir al narrar, pero (esto es muy importante) no para jugar una mala pasada al lector. No. Lo hace para generar símbolos. Quiere que Kurtz se convierta en un mito, lo quiere mostrar así porque así le ve y la única forma de llegar al mito es a través de un mundo simbólico. Sin lo trascendente del personaje, eso que en literatura suele quedar solo en esencia por debajo del texto, no hay símbolo y, por tanto, no hay mito.

Esa es la intención de Maslow. Y no otra. Para ello evita cualquier obstáculo que lleve a una idea distinta.

Volvamos a la mentira de Maslow. Frente a la prometida de Kurtz dice que este dijo antes de morir su nombre (el de la dama) cuando en realidad dijo ‘El horror, el horror...’. ¿Por qué alguien que se interesa por asuntos serios y profundos utiliza una fórmula tan gastada y superficial, un estereotipo, para contestar esa pregunta? Llegamos al cogollo de la novela. Maslow dice ‘la vida es una bufonada (...) lo más que se puede esperar de ella es un cierto conocimiento de uno mismo (...) la vida es un enigma mayor de lo que la mayoría de nosotros cree’. Afirma, también, que Kurtz es un ser fuera de normal porque tiene cosas que decir sobre el mundo.

En resumen, no hay que saber nada de este mundo. Es un misterio. Nos tenemos que conformar con conocernos levemente (por eso opta por una frase así al contestar a la prometida). Nihilismo puro. Sin embargo, Kurtz si sabe, ha pasado la frontera y eso le hace inmenso. El ser humano puede retorcer el corazón al mundo para conocer tal y como hizo Kurtz con la selva. Esta es la luz de la novela. La obra no es tan oscura como se afirma tantas veces. La luz está y está para que sepamos, y está porque el hombre necesita de ella. La luz es el corazón de las tinieblas. A pesar de ese párrafo del primer narrador (el que desaparece) en el que se viene a decir que un paseo es suficiente para conocer un continente entero porque todo es lo mismo y se reduce a nada, a pesar de tanto nihilismo, nos dejó el todo. La luz que alumbra las tinieblas.

Calificación: Profunda, misteriosa, genial.

Tipo de lector: Todo aquel dispuesto a echar un vistazo hacia dentro.

Tipo de lectura: Aunque no es exigente requiere que el lector realice una lectura activa.

Personajes: Redondos. Muy bien perfilados aunque en esta novela el lector se instala en la sugerencia permanente.

¿Dónde puede leerse?: A las puertas de nuestras bodegas personales.

Escrito para... Pensar.

G. Ramírez 

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