facebook twitter instagram youtube
  • INICIO
  • SECCIONES
    • Lectura
    • Literatura
    • Novela
    • Tribuna
  • ESCRITORES
    • Nirek Sabal
    • Gabriel Ramírez
  • PÁGINAS AMIGAS
    • Dos minutos, cuarenta segundos y una trompeta
    • Dos minutos, cuarenta segundos y una claqueta
    • La Vida del Revés
  • CONTACTAR

Dos minutos, cuarenta segundos y una novela

‘Esto es muy extraño’ es un libro delicioso que acaba de publicar la editorial Kalandraka dentro de la colección ‘Libros para soñar’, una colección que se consolida más, si es que eso es posible, sumando títulos con acierto y buen criterio editor.

Matilde Tacchini firma un texto sencilloy muy evocador que arranca una sonrisa a niños y adultos por igual. Desde la primera línea. Los mayores se verán reflejados en cada frase y en cada una de las situaciones que se narran; los niños reconocerán lo que van leyendo como parte de su realidad (en la infancia existen territorios comunes construidos por los adultos). ¿Quién no ha dicho o escuchado eso de ‘duerme como un lirón’ o lo de ‘nada como un pececillo’? ¿Quién, siendo niño, no se ha rebelado contra eso que se repite una y otra vez y termina molestando?

Lo que cuenta Tacchini lo va dibujando Mercé Galí (traductora  del texto, también). Con claridad aprovechando el espacio que le proporciona la página con mucha gracia, matizando la palabra con trazo decidido y fino.

‘Esto es muy extraño’ es un libro que pueden leer los niños a partir de cuatro años (acompañados) y lo disfrutarán sin duda.

La edición por parte de Kalandraka está muy cuidada, casi con mimo; y es de agradecer que se ponga tanto cuidado al elegir títulos y editarlos.

Calificación: Divertido.

Tipo de lectura: Fácil.

Tipo de lector: Todo aquel que tenga cuatro años o más. Gusta a cualquiera.

¿Dónde puede leerse?: En casa, en el parque, en el cole con los compañeros (llevar el libro al aula y compartirlo les hace especial ilusión).

Silvia Fernández San Benito

Cubierta de 'Pablo está de mal humor'

Dentro de la colección ‘Libros para Soñar’, Kalandraka acaba de publicar un divertido libro ilustrado para niños de cuatro o cinco años en adelante (si me apuran con tres y la imprescindible ayuda de los papás, sería igual de buena opción), titulado ‘Pablo está de mal humor’ y firmado por Natalia Shaloshvili. Tanto las ilustraciones como el texto son obra de la señora Shaloshvili.

El libro habla de la amistad y el vehículo que nos permite llegar hasta el centro del asunto planteado es el estado de ánimo del personaje principal, un gatito que no se encuentra del todo bien y que solo de la mano de sus amigos será capaz de sentirse feliz; unos amigos que representan la diversidad y la eliminación de prejuicios y estereotipos.

La paleta de colores de Natalia Shaloshvili va de los tonos más oscuros a los más brillantes y divertidos. Así, el estado de ánimo de Pablo se perfila con cada trazo que resulta detallista, intenso y muy cercano con los jóvenes lectores.

El texto es sencillo aunque la autora es capaz de incidir en la idea principal a base de hacer hincapié en esas ideas tan envolventes que nos hacen estar de mal humor o todo lo contrario.

El libro está muy bien, da lustre a la colección de Kalandraka y logrará que los pequeños lo pasen bomba leyendo solos o acompañados de adultos, hermanos o amigos.

Calificación: Muy bueno. Muy divertido. Muy recomendable.

Tipo de lectura: Amena, participativa.

Tipo de lector: Niños de 3 años en adelante.

¿Dónde puede leerse?: En casa, antes de salir a pasear o a lo que toque.

Silvia Fernández San Benito

 


En literatura todo es exactamente lo que debe ser. No sirve utilizar materiales que se puedan intercambiar entre ellos. Las respuestas a todo esto la encontramos en el narrador, en ese artefacto creado por el escritor que servirá para llegar hasta el lector.

Del mismo modo que una persona habla con otra estableciendo una relación, el narrador de un relato cuenta al lector (el narrador es la voz narrativa de ese relato y no el escritor, insistimos).

Pronto sabremos si quiere ser escuchado o tan sólo aspira a contar la parte de la historia que le interesa. No es lo mismo una cosa que otra, lógicamente.

El lector, por su parte, recibe un mensaje, o no lo hace, dependiendo de sus apetencias, de su estado de ánimo o de cualquier otra cosa. Y lo recibe de principio a fin; o deja de hacerlo pasado un tiempo más o menos largo.

Por tanto, el narrador puede contar desde el principio y el lector puede dejar de escuchar desde ese mismo principio, desde esa primera línea.

Lo difícil de esta relación entre lector y narrador no se encuentra en que el lector escuche y el narrador cuente. Pronto sabemos lo que ese narrador dice y eso no presenta dificultad alguna. Lo complicado es saber determinar por qué lo hace, qué pretende al hacerlo. Además, hay que sumar una complicación añadida: saber quién es ese narrador. Leer y enfrentarse a un narrador cualquiera es algo parecido a encontrarse con un desconocido del que no sabemos nada y comienza a hablarnos de algo nuevo. Alguno nos podría dar algún dato (nombre, apellidos o nacionalidad) aunque son pocos. Algunos nos dicen quienes son, pocos también. Cuando no tenemos datos suficientes podemos equivocar las conclusiones y, por tanto, enfrentarse a un narrador suele ser complicado.

Si queremos entender debemos dibujar al que dice con todo el detalle posible. ¿Sería el mismo relato 'La metamorfosis' de Kafka contada por el mismo Gregorio Samsa? ¿Entendemos lo mismo al escuchar una misma frase que pronuncia un niño o un adulto? Claro que no. No a todo. Por eso, saber quién nos habla es fundamental para realizar una lectura adecuada.

Si utilizamos la división fundamental entre narrador identificado (personaje que toma parte de la acción y del que sabemos cómo evoluciona a lo largo del relato) y narrador no identificado (narrador que no dice nada de sí mismo); tenemos la sensación de saber más en el primero de los narradores identificados. Y es verdad. Podemos saber quién es, con quién se relaciona o cómo trabaja. Sin embargo, eso es poco. Lo importante es la intención que tiene el narrador al contar. Y no hay que olvidar que el lenguaje es una herramienta algo traicionera, extraña e imprevisible.

 

Nicolai Gogol

Veamos el arranque del relato de Nicolai Gogol, 'Noche de mayo o la ahogada': «Una sonora canción fluía como un río por las calles del pueblo... Era el momento en que los mozos y las mozas, fatigados por los trabajos y preocupaciones del día, se reunían ruidosamente formando un corro bajo los fulgores de una límpida noche, para volcar toda su alegría en sonidos habitualmente inseparables de la melancolía. El atardecer, eternamente meditativo, abrazaba soñando al cielo azul, convirtiéndolo todo en vaguedad y lejanía». No sabemos quién nos cuenta esto. Sin embargo, si leemos con atención, podemos saber mucho de él. Las palabras que utiliza, la construcción de cada frase, nos va dejando claro que el narrador es, por ejemplo, alguien con un vocabulario extenso, con cierta lírica en su mirada; alguien que conoce el entorno al que se refiere... Y esa es la razón por la que hacemos de lo que dice algo nuestro. Comenzamos a leer y le damos la mano con la intención de acompañarle durante ese trayecto que comienza y no sabemos ni cómo, ni dónde acaba. Mirará por nosotros; entenderemos lo que quiere decir, a interpretar sus intenciones.

No hace falta decir que un narrador debe ser creíble. ¿Sería lo mismo leer la historia de un enfermo mental si el narrador fuese un médico especialista o el propio enfermo? Posiblemente, la historia contada por un enfermo mental no tuviera ninguna credibilidad. Sin embargo, eso mismo narrado por el siquiatra nos sonaría a verdad. Y no hace falta decir que ninguno de nosotros quiere escuchar al que no sostiene su discurso sobre la falta de fiabilidad. Si no nos fiamos, cerramos el libro y poco más. Si no nos convencen rápido, cerramos el libro y poco más. El lector tiene muy poca paciencia. Por esta razón, la primera página de un relato es fundamental.

En todo este proceso no pueden faltar las figuras fundamentales. Narrador, lector y escritor. El escritor es el que crea esa voz que llamamos narrador. Puede elegir entre cualquiera que se pueda imaginar. Tan sólo hay una condición: que el lector la tome por buena. Del mismo modo que, hasta finales del siglo XIX, el lector aceptaba un narrador omnisciente; en la actualidad, el narrador necesita una justificación para existir. No puede crearse una voz para contar historietas. Es necesario un sentido que aporte al lector una nueva forma de mirar y entender y que, por tanto, le convierta en algo necesario obteniendo la confianza y la atención del lector. Ya está dicho todo desde hace siglos y eso obliga al narrador a construirse desde un discurso lleno de sentido.

La literatura poco tiene que ver con lo que ya sabemos, con lo que ya entendemos. La literatura debe ser esa puerta al conocimiento que tanta falta hace cuando hemos apostado por la tecnología, por lo material y por todo aquello más pegado a lo que se puede tocar que a la imaginación o a la explicación de la realidad. La literatura no puede ser un territorio de diversión alejada de la reflexión. El lector debe enfrentarse al narrador y no al escritor, a ese artefacto literario que nos explicará la realidad como nadie lo haya hecho jamás.

Es por todo esto por lo que la elección del narrador es fundamental, por lo que, antes de escribir, cualquier escritor debe meditar sobre la construcción de una voz que convertirá su relato en algo prescindible o en una obra de arte.

G. Ramírez

Raymond Carver

Para un lector es sencillo seguir y entender la trama de un relato. Salvo que el autor juegue al ratón y al gato; o se ponga estupendo o imposible o todo al mismo tiempo mientras escribe; la trama (la historieta del relato) suele ser algo muy accesible para un lector medio. Pero al enfrentarnos a un relato de calidad, esta afirmación que parece una evidencia puede no serlo tanto como creemos.

Hay elementos técnicos en la narración que de no ser tenidos en cuenta hacen imposible la comprensión. Y no son trucos, ni trampas, ni cuestiones que se introduzcan con el fin de despistar. Eso ocurre cuando el autor no es bueno y se ve obligado a utilizar baratijas literarias para hacer creer al lector que tiene entre las manos algo mucho mejor de lo que realmente es; jugar con fuegos de artificio, generalmente, colocados cerca del desenlace de la trama.

Hay relatos que, efectivamente, están escritos para ser entendidos con facilidad. Poco más. La fuerza narrativa está en la trama. Todo se apuesta a una carta. La historia es buena y el autor la suelta creyendo que eso le gustará a cualquiera. Pero en estos relatos aparecen dos problemas fundamentales. Por un lado, es posible que esa potencia de la trama no sea para tanto, que, sencillamente, no guste. Y por otro, sucede que desde Homero ya está todo contado. Se le ha dado un montón de vueltas a lo que él trato en 'La Iliada' y en 'La Odisea'; pero, al fin y al cabo, lo que venimos leyendo desde entonces es lo mismo colocado de diferente forma. El amor es el amor, la venganza es la venganza o la guerra es la guerra; y esto provoca que apostar todo a la misma carta (la trama) se convierta en una jugada muy peligrosa. Entonces ¿dónde está la clave para escribir algo que merezca la pena y que pueda interesar a un grupo amplio de lectores? La respuesta es una sola: en el sentido que adquiere lo narrado a través del lenguaje. Hay que contar por algo, para algo, y sólo del modo en que se puede construir ese relato. Es decir, contar historias no es lo mismo que hacer literatura. Contar historias se soporta sobre una estructura muy simple y muy frágil; hacer literatura es un arte que no está al alcance de cualquiera y que reposa sobre un entramado técnico lleno de dificultades.

Son muchos los aspectos técnicos que marcan una narración para convertirla en algo especial. Por esa razón, gran cantidad de relatos quedan en tierra de nadie (estos son el noventa y nueve por ciento de los que se escriben). Pero el más importante, el que convertirá una historia (cualquiera) en única y exclusiva, es el narrador, la voz que fluye en el relato para contar al lector algo que sólo desde ese punto de vista se convertirá en universal y auténtico. Los tipos de narradores son muchos y están ligados a la distancia que separa a estos de la acción. Esa división que todos conocemos y que agrupa a los narradores en tipos (primera, segunda y tercera persona) es cosa del colegio y es cosa poco literaria, entre otras razones porque no explica la realidad a la que se enfrenta un lector ni, por supuesto, a la que se enfrenta un escritor. Hablemos mejor de narradores no identificados (los que cuentan lo que ocurre sin que sepamos de quien se trata) y narradores identificados (son narradores y, al mismo tiempo, personajes que intervienen en la acción). Y hablemos mejor de distancias entre narrador y acción. Hasta finales del siglo XIX, principios del XX, se utilizó una voz conocida como omnisciente. Esta era una voz que se colocaba a gran altura, que podía mirar el mundo desde una especie de trono celestial y que era capaz de hacer y deshacer cualquier cosa en ese cosmos que presentaba y había creado. Todo lo sabía, todo lo podía, cualquier lugar era accesible para él. Pero la evolución de la novela hizo que el interés de los autores se acercase, poco a poco, más al personaje que a esa explicación casi divina de la realidad desde la ficción. Y si hablamos de distancia, los narradores se fueron acercando a la acción, entraron en las consciencias de los personajes, fueron los propios personajes y pudimos comenzar a saber lo que ellos pensaban sin el filtro de un narrador no identificado (no es lo mismo conocer el pensamiento directamente que a través de alguien que elige una parte de esa reflexión o que la interpreta); pudimos saber qué pensaba el personaje al acercarnos a su propia forma de reflexionar, pudimos conocer al personaje en su plenitud. Hoy son muy habituales en las novelas los recursos como el monólogo interior o el flujo de consciencia (pensamiento puro); muy habituales y, en muchos casos muy chapuceros. Conseguir el efecto pensamiento es algo muy difícil que exige al autor una buena y extensa experimentación con el registro y, por su puesto, con el lenguaje. Está claro que no se pueden contar las cosas con un registro único; no puede narrarse un sueño con el mismo registro que utilizaríamos al recordar nuestro personaje) el nacimiento del primer hijo. Pero hay autores que parecen no saberlo o no entenderlo.

James Joyce

Antes de continuar, un aviso que es de vital importancia. El autor no es el narrador. El escritor crea esa voz al escribir, pero el narrador es un artefacto literario que tiene su propia alma, sus propias intenciones, que ve el mundo desde un lugar determinado. Si el autor es lo mismo que el narrador es que estamos leyendo un diario. No tener en cuenta algo tan básico nos lleva a leer superficialmente y, por tanto, a leer mal. Sirve esto mismo para los escritores: no distinguir entre el artefacto narrativo creado y uno mismo puede ser un gran problema.

Cada voz que se construye tiene una intención. Y esa es la clave. Será evidente o estará oculta. Será de la forma que sea, pero estará. Cuando cualquiera de nosotros (en la realidad que vivimos) contamos algo lo hacemos con una intención concreta. La de convencer, la de dar lástima, la de engañar... Y la literatura es una representación de la realidad. Por lo tanto, esa voz (aunque las reglas del juego de la ficción sean unas muy distintas) tendrá que construirse con una intención y deberá tener una intención. Al fin y al cabo, trata de representar lo que conocemos como alma.

Podríamos manejar cientos de ejemplos. Sin embargo, hay autores que son maestros en la elección de la voz narrativa. Uno de ellos es Raymond Carver. Nos servirá para ilustrar la idea expuesta. Por ejemplo, en uno de los relatos que componen su libro 'Vidas cruzadas'; 'Tanta agua tan cerca de casa'; construye una voz llena de intención que llena de sentido el relato. Es excepcional. Se trata de Claire, una mujer que vive junto a su marido y su hijo en un pueblo de Estados Unidos. Desde el primer momento, Claire intenta colocar al lector en un lugar muy concreto, allí donde ella parezca lo que no es, allí donde lo que nos va a contar parezca una certeza absoluta. Por ejemplo, nos dice que su marido y los amigos de este son buenos padres, gente sencilla. Al mismo tiempo, cuenta que este grupo de hombres han encontrado el cadáver de una mujer en el río en el que pescaban. Nos intentará llevar hasta su territorio: al mismo tiempo que se va a ir dibujando como una mujer guapa, inteligente y madre maravillosa, procurará que vayamos mirando desde la sospecha a su marido y amigos. Pero sin ser directa en su exposición. Dirá que beben a menudo, nos situará ante la duda, ante su miedo; eliminará todo el campo semántico que tenga que ver con el sexo para que no haya una sola duda sobre su buena reputación cuando, en realidad, Claire no deja de ver virilidad por todos los lados. Ella está viviendo algo insólito (el asesinato de una mujer y la implicación de su propio marido) y no está dispuesta a que eso no sea así: es la gran historia que vive una mujer provinciana que busca algo excitante para llenar su vida. Incluso una vez que se descubre al verdadero asesino insiste en dibujar una escena inquietante para que el lector se vea forzado a continuar dudando. Lógicamente, el lector experimentado no debe caer en la trampa que tiende Claire. Y aparece ese sentido buscado. Lo que cuenta la voz se aclara al interpretar, lo literal se convierte en enemigo. Claire no ha estado en el lugar del crimen y eso no se puede olvidar. No hace falta decir que sería muy recomendable que leyesen este relato. (Continuará)

G. Ramírez

Miguel de Cervantes escribió ‘El Quijote’. Pero también dejó obras menores muy interesantes que un buen lector no debe dar de lado. El conjunto de las llamadas ‘Novelas Ejemplares’ son unas excelentes narraciones que dibujan un mundo nuevo desde la literatura y que, también, modifican esta hasta los cimientos.

Una de esas novelas es ‘La Gitanilla’. Relata (por supuesto desde la omnisciencia) la historia de una muchacha gitana extraordinariamente bella, cantante única y bailarina sin posible rival. Viaja por el mundo acompañada de una gitana vieja y del resto de gitanos que acampan en sus ranchos a las afueras de las ciudades. Entre ladrones y gentuza destaca la mujer por su bondad y sensatez. Todo el que la ve se queda prendado. Uno de ellos decide dejar lo que es para conseguir su amor eterno. Un caballero que se mete de lleno en el mundo de los delincuentes. Después de muchas peripecias, la gitana resulta ser otra cosa distinta y el caballero no puede dejar de serlo.

Con un ritmo narrativo modernísimo para el momento en que Cervantes escribió la obra, la novela nos lleva de un lado a otro sobre una excusa permanente: los celos. Y nos deja reposar sobre el verdadero tema que el autor trata: la condición humana, perpetua y que no puede modificarse. Ni por desconocimiento del sujeto, ni por cambios a mitad de camino.

Los personajes aparecen con potencia desde el principio. Creíbles puesto que Cervantes elige los rasgos precisos para que el perfil sea exacto. No hay despistes durante la narración. Ni trampas. Una novela limpia. Casi moderna.

No es ‘El Quijote’, pero es Cervantes.

Es una novela que se lee en los institutos. Mala cosa. A esa edad, tal vez, no sea lo más adecuado. Una opción es leerla al mismo tiempo que los jovencitos de la casa. Siempre viene bien una buena compañía al hacer las cosas impuestas.

Calificación: Estupenda.

Tipo de lectura: Muy ligera y divertida. Muy poco exigente.

Tipo de lector: Si se trata de Cervantes cabe cualquiera.

Personajes: Muy bien dibujados.

Engancha desde el principio. No sobra nada aunque Cervantes como poeta era flojito y los poemas de la novela son mediocres.

¿Dónde puede leerse?: En cualquier lugar del mundo.

G. Ramírez

Paulino Uzcudun

Paulino Uzcudun e Isidoro Gaztañaga fueron los mejores pesos pesados de la historia del boxeo español. Uzcudun fue tres veces campeón de Europa. Gaztañaga no logró ningún título importante puesto que se cuidó poco, bebió mucho y no se dejó aconsejar.

El boxeo que se practicaba durante los años 20 y 30 se parece poco al que podemos ver hoy en día. Sin embargo, lo que nunca ha cambiado y, seguramente, nunca lo hará, es todo lo que rodea este deporte. Mientras que la técnica deportiva se ha depurado, mientras los materiales y los procesos de entrenamiento sí han evolucionado enormemente, los boxeadores suelen seguir siendo víctimas de lo que les rodea. Personas aprovechadas, gorrones, managers sin escrúpulos. También de su propia ignorancia. Lógicamente, no todos los casos son similares aunque un alto porcentaje de púgiles suelen caer en redes de indeseables que llenan sus arcas a costa de la bondad del boxeador. Es verdad que otros se bastan por sí solos para acabar sin un céntimo, con el cerebro lleno de agujeros y una botella de alcohol en cada mano. Los menos.

El mundo ha cambiado, los deportes han cambiado, los entornos de los deportes en los que se mueve gran cantidad de dinero siguen intactos.

Cuando Paulino Uzcudun comenzaba a boxear, el mundo estaba convirtiéndose en algo muy distinto a lo que había sido hasta ese momento. El boxeo ya era ese lugar de la realidad elegido por muchachos que creían poder hacerse ricos a base de repartir puñetazos sobre un cuadrilátero. Solo algunos de ellos lo conseguían mientras que cientos de ellos recibían como pago una buena dosis de pobreza y daños cerebrales irreversibles. El boxeo era el lugar de la realidad en el que muchos hacían caja convertidos en trituradores de púgiles que se dejaban media vida peleando para nada.

Isidoro Gaztañaga

Poco después de que Uzcudun decidiera ser boxeador, otro muchacho guipuzcoano se subía al ring. Su nombre era Isidoro Gaztañaga.

Dos comienzos muy parecidos con dos finales opuestos. De Gaztañaga siempre se habló bien. De Uzcudun no.

Ambos se cuidaban lo justo, ambos fueron gastando lo que ganaban en caprichos, en ostentación, en regalos que daban lustre a sus aventuras amorosas. Uzcudun llego a verse envuelto en el escándalo del estraperlo mientras Gaztañaga iba de burdel en burdel, de depresión en depresión. Fueron amigos antes de convertirse en enemigos absolutos aunque, curiosamente, nunca cruzaron los guantes entre las doce cuerdas. Cuando parecía que se podría organizar una pelea entre los dos algo aparecía y hacía imposible que así fuera. La historia de estos dos deportistas es larga y está llena de matices que hacen del ella un relato intenso y muy, muy, interesante.

Eso es lo que nos presenta Joxemari Iturralde en 'Golpes de gracia', un libro con tintes históricos y periodísticos en el que nos cuenta la historia de ambos púgiles y que no deja de ser la historia de muchos y el relato de un cambio que afectó al mundo entero.

Desde el París de los años 20, la vida en los caseríos y pueblos vascos durante esa época, hasta la guerra civil y mundial. No entra el autor en detalles aunque sí logra que entendamos a los protagonistas coloreados en el entorno que les toca vivir. El libro, novelado, se divide en 26 capítulos. Cada uno de ellos se llama igual que la mujer que interviene de forma protagonista (en uno de ellos el nombre es doble). En realidad, esas damas fueron las que irían marcando la vida de Uzcudun y Gaztañaga: primeras novias, primeras juergas, relaciones peligrosas, juegos sin solución en las alcobas.

El autor no oculta su preferencia por lo que representó Isidoro Gaztañaga ni su rechazo por lo que terminó siendo Uzcudun. Tampoco oculta su gusto por la forma de entender el mundo del pueblo vasco.

Aunque los personajes principales son Paulino e Isidoro, desfilan por las 162 páginas de 'Golpes de gracia', otros singulares y, por supuesto, alguno de gran importancia como, por ejemplo, el doctor Ladis Goiti que sirve como hilo conductor del relato.

El libro es muy entretenido y la lectura resulta fácil y amena. Es, en realidad, un relato de trama en la que la carga expresiva no abunda. Los alardes estilísticos son pocos. Pero tampoco parece que sea otra la intención del autor. En ese sentido, la novela es honesta. No hay búsqueda de imágenes que se queden en nada o retórica vacía. Iturralde quiere contar y lo hace con la claridad de la sencillez estilística.

'Golpes de gracia' es un buen libro para acercarse al boxeo de la época, para entender qué es lo que pasaba por la cabeza de algunos boxeadores, para intuir cómo se desarrolló y lo que supuso la guerra civil española (sin ser el tema principal se pueden ver algunos detalles interesantes).

Si les interesa el boxeo no duden en buscar un ejemplar.

G. Ramírez

Newer Posts
Older Posts

TRADUCTOR

SÍGUENOS

LO MÁS LEIDO

  • 'La fórmula 5, 4, 3, 2, 1 para calmar el enfado gatuno': Pensar en cosas bonitas
      Patricia González Irala. Antes de caer fulminado por la anestesia previa a una cirugía, alguien te dice 'piensa en cosas bonitas'....
  • ¿Quién tiene una venganza en los días?: Directo a la poesía
    Sergio García Maeso. Es extraño, pero son muchos los que nos saben qué es hacer poesía, qué es un poeta. Y es bastante sencillo. Decir las c...
  • 'La muerte en Venecia': Una obra maestra reposando sobre la mitología
      Revisa, Thomas Mann, en el viaje que propone su concepción del mundo, de la mitología, del proceso creativo, de la muerte como meta del se...
  • 'Gato Donato y el paraguas dorado': Félicette regresó a casa
    Ediciones Vernacci acaba de publicar (enero de 2024) un libro titulado 'Gato Donato y el paraguas dorado'. Un formato original (apai...
  • La poesía de Antonio Machado: Esperando la marea que llega
    Sobre la poesía de Antonio Machado ya se ha dicho casi todo. Existen miles de páginas en las que se analizan todos y cada uno de sus poemas;...
  • ¿Por qué leemos? (y II)
    La lectura de algunos libros marcan definitivamente, orientan el pensamiento y la mirada del lector hacia territorios poco frecuentados ante...
  • 'Bestiapoemas y otros bichos': Pegarse a la realidad
    Fotografía de zarauzkohitza.eus El ser humano está obligado a mantener los pies en contacto con el planeta Tierra, debe estar atento a lo qu...
  • ‘El perseguidor’: Saxos, sexo y el otro lado
    Julio Cortázar (Bruselas, 1914 – París, 1984) fue un gran escritor. Pero, además, fue un excelente aficionado al jazz. Nunca dudó en mezclar...

ARCHIVO

  • marzo (1)
  • febrero (3)
  • enero (6)
  • diciembre (6)
  • noviembre (12)
  • octubre (7)
  • septiembre (15)
  • agosto (3)
  • julio (4)
  • junio (9)
  • mayo (10)
  • abril (5)
  • marzo (16)
  • febrero (8)

CONTACTAR

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *

VISITAS



Copyright © Dos minutos, cuarenta segundos y una novela | Adapted by BD | Política de Privacidad