Debe ser por la edad.
Desde hace algún tiempo me fijo
mucho en las parejas formadas por una madre anciana y su hija de mediana edad,
por un tipo de más de cincuenta años y su padre ya mayor y torpe. Me fijo y
pienso que no hace mucho eran esa anciana o el viejecito los que acompañaban a
sus padres. La belleza parece que se ha trasladado de un cuerpo a otro, y la
agilidad, y la rapidez. La estampa es exacta a la que fue y no parece que nos
demos cuenta.
Me fijo en el pelo de los jóvenes
que acompañan. Brillante, cuidado, abundante. El de los abuelos suele ser
corto, menos lustroso. La modernidad de las telas frente al ocaso que supone
una pensión que no te permite grandes lujos. Y así todo.
Debe ser por la edad, pero pienso
en que la sensatez, la sabiduría o la paciencia, residen en los cuerpos más
machacados. Los ancianos en ese tipo de cosa sacan gran ventaja a los jóvenes.
Me gusta inventar historias
siempre que algo me llama la atención. Debe ser por la edad. Y me viene a la
cabeza un extraordinario relato firmado por Juan Carlos Onetti que se titula ‘Los
adioses’. Cuenta Onetti cómo una vida se puede inventar a base de ocurrencias
de uno que se las dice a otro; y que una hija se convierte en tu amante en
treinta segundos si alguien lo dice y otro lo cree. Es una novela corta que
merece la pena leer porque fija la atención en el lenguaje como arma de
destrucción masiva. Lo es, sí, lo es.
Me gusta inventar las historias
del joven y del viejo. Qué han desayunado, por qué no se deja querer la anciana
o cómo es posible que esa mujer tan atractiva le niega una mirada a su
compañero de trabajo (a ese que bebería los vientos por ella). Me gusta
inventar qué le pasó al anciano para cojear de esa manera tan leve, pero tan
característica (tal vez fue una caída desde el andamio en el que trabajaba
enfoscando aquella fachada de la calle Sierpes; tal vez fue la razón por la que
dejó el fútbol, justo en ese momento en que se le estaban abriendo las puertas
de los grandes equipos de la ciudad), me encantaría saber por qué razón sigue
ocultando su orientación sexual ese hombre maduro tan apuesto si todo el mundo
que le conoce lo sabe desde hace años.
Me gusta imaginar porque es la
forma de olvidar que el mundo en el que vivimos se está convirtiendo en una
ratonera de la que no podemos escapar.
Debe ser por la edad, pero me
gusta más lo que imagino que lo que veo.
G. Ramírez