¿Cómo lograr que los jóvenes lean?
Esta es una selección de tebeos
que no pretende mostrar ni lo mejor, ni lo más novedoso. Aunque algunos de
ellos son verdaderas joyas, lo que sí tienen en común todos ellos es una
posibilidad oculta entre sus páginas para que el lector la aproveche: quedar
prendado para siempre de este género. El tebeo siempre fue una mina de
lectores, una forma única de generar el hábito de lectura entre los jóvenes; de
acompañar los momentos de reflexión y diversión teniendo un libro entre las
manos.
El dibujo es una forma de
expresión tan antigua como el propio hombre. El relato también aunque, este, no
se verbalizase desde el primer momento. La suma de ambos es una de las formas
de construir arte más atractiva, divertida y simpática.
¿Quiere usted adentrarse en un
mundo extraordinario? ¿Quiere que sus hijos comiencen a leer y a disfrutar?
Quítese los prejuicios de encima. Y pase, por favor.
La puerta de entrada
(‘Café Budapest’, Alfonso
Zapico). Publicado por Astiberri en 2008. Se trata de un buen tebeo aunque el
autor –en ese momento- no contaba con la madurez exquisita que exhibe
actualmente. Eso se deja notar sobre todo en una forma de narrar que es
demasiado evidente, unas veces, y demasiado cercana al mensaje propio de un
idealista que repite formas algo arquetípicas, otras. En algún momento la
lectura se desliza hasta zonas algo blandas que rechinan y hacen que el lector
se pregunte cómo es posible que esos altibajos sean posibles. Se compensan las
dudas y el excesivo uso de lo explícito con un buen trazo cercano a un realismo
que se disfraza de caricatura o casi. Es decir, es un tebeo que puede servir
como banderín de enganche.
Narra un momento de la vida del
joven judío Yechezkel Damjanich. Sitúa el comienzo de la trama en Budapest
durante el año 1947. El muchacho, junto a su madre (superviviente de un campo
de exterminio nazi), viajan a Jerusalén invitados por su tío. En la ciudad
conviven todo tipo de personas, todo tipo de religiones, bajo la custodia
inglesa. Y llega el momento en que la ONU decide repartir el territorio
palestino. Es el final de cualquier tipo de convivencia posible. El desastre,
que ya se veía llegar, se instala en ese territorio y la violencia aparece para
acabar con todo.
Zapico reviste la idea central
con historias de amor, con momentos pasados de algunos personajes, con la
desintegración del presente, intentando explicar lo que sucedió allí, en Jerusalén,
una vez que los británicos se retiraron dejando a su suerte a miles de
personas.
‘Café Budapest’ es un buen cómic.
Seguramente, hoy, este autor, elegiría otra forma de hacer las cosas. Eso es
algo que siempre ocurre. Pero, sin embargo, conviene echar un vistazo al
trabajo porque contiene detalles estupendos (casi todos desde el dibujo, puesto
que el texto peca de ser inocente en exceso). Su lectura es muy amena, muy
sencilla y, por tanto, la comprensión es muy accesible.
La ironía
(‘Pyongyang’, Guy Delisle). Excelente novela gráfica firmada por Guy Delisle que narra su paso por Corea del Norte. El trazo es maravilloso y los textos rebosan ironía, una crítica brutal al régimen que instauró Kim Il-Sung (presidente de la nación aún después de muerto).
Miedos, un control feroz de la
población (física y mental); situaciones absurdas diseñadas para honrar el nombre
de un dictador (del padre y del hijo) egocéntrico, paranoico y delirante; falta
de un mínimo sentido del humor del que un ser humano no puede prescindir o
cosmética para una vida terrible.
Muy recomendable para los
jóvenes. Sabrán qué es vivir bajo un régimen dictatorial, sin una sola
esperanza. Y comprobarán que hay muchas formas de arrimarse a la literatura sin
pasar calamidades intelectuales, ni ratos aburridos. Pero es muy recomendable
para los adultos, también. No está mal saber qué es lo que se cuece a la vuelta
de la esquina. Uno no sabe si partirse de risa desde la primera viñeta o
echarse a llorar desconsoladamente. Cada lector tendrá que elegir.
La vida
(‘Arrugas, Paco Roca’). El autor
consigue una excelente obra que habla de la vejez, de los problemas médicos que
lleva añadidos y de cómo una vida se va deshaciendo para convertirse en una
existencia plena. Lo hace ilustrando sus textos de forma inteligente y muy
sugerente para el lector. Lo hace mirando y dibujando su propio mundo porque,
según dijo él mismo, el reflejo en el espejo (cuando se mira) comienza a
parecerse al de su padre y eso significa que se está haciendo mayor.
En este cómic se mezclan las
diferentes historias de diferentes personajes y, al mismo tiempo, cada trama se
dibuja junto al pasado que mueve a los protagonistas. Una historia deliciosa,
tierna, sin efectos lacrimógenos, bien contada y universal. Sirve a los mayores
y sirve a los que van camino de serlo.
El mundo
(‘No te olvides de recordar’,
Peter Kuper). Querer entender el mundo desde lo enorme es una opción. Querer
entenderlo desde lo particular, desde la miniatura, es otra. ¿Qué es mejor? La
respuesta tiene que ver con el talento del que muestra. Y en el caso de este
cómic se acerca a la alternativa de lo personal, de lo íntimo, de lo bueno
convertido en grandioso.
Kuper es un dibujante magnífico y
un narrador con oficio y duende. Desde sus propias experiencias nos cuenta una
época de la historia norteamericana y fija las bases de lo que puede llegar a
ser, del camino que seguimos transitando muchos.
l dibujo es la palanca que mueve
el mundo de Kuper en ‘No te olvides de recordar’ (título que nos hace pensar en
una famosísima frase del guion de la película ‘Memento’). Aunque es la trama de
esta novela gráfica lo que aporta el combustible suficiente para que la
maquinaria funcione al 100 por cien.
Se mezclan recuerdos, ideas
abandonadas, el mundo editorial, la relación de pareja, la paternidad,
desafecciones ideológicas, obsesiones y amistad. Se mezclan para que el
resultado sea atractivo, divertido y, ciertamente, profundo.
Utiliza el blanco y negro para
representar el tiempo actual y un tono rojizo cuando quiere recordar o imaginar
(en esta obra); lo que ayuda al lector a seguir un ritmo narrativo que impone
el autor, no difícil, aunque sí exigente. El trazo, aunque lo modifica en
ocasiones dependiendo de lo que cuenta, es cuidado y detallista. Todo se
encuadra en un diseño de página que recuerda al resto de su obra.
Lo social
(‘Los combates cotidianos’, Manu
Larcenet). Con un carácter claramente social, Larcenet rebusca en los temas que
más le interesan a lo largo de una trama que mantiene un ritmo narrativo
excepcional. La vejez, el compromiso personal con otros y con uno mismo, la
paternidad, el papel de un hijo, el pasado, el perdón, el trabajo o las
diferencias sociales, son algunos de los asuntos que enfrenta el autor. Pero el
tema central es la construcción del mundo desde lo que puede parecer
insignificante por pequeño, o lo que es igual, la construcción de un pilar
ideológico desde lo cotidiano.
El dibujo está al servicio de la
trama y se ajusta como si fuera un guante a las intenciones narrativas del
autor. Al mismo tiempo, lo escrito deja el hueco justo a lo gráfico para que el
conjunto aparezca como un solo objeto en el que todo está porque es
imprescindible.
Marco, el personaje principal,
recorre un tramo de su vida con la angustia en la punta de los dedos. Le
acompañan un puñado de personajes secundarios que abrirán nuevos caminos de
comprensión de un mundo muy pegado a la realidad, muy reflexivo y marcado por
un desarrollo ideológico potente y muy necesario en los tiempos que corren. Tal
vez, para los más jóvenes, sea una entrada dorada al mundo de las relaciones
sociales, al mundo de las relaciones con el trabajo, al mundo entero.
El homenaje
(‘Hicksville’, Dylan Horrocks).
Imprescindible. El tebeo de Dylan Horrocks es una joya del género. Divertido,
profundo y ácido, se presenta como un homenaje al cómic, a sus autores y a la
forma de vida que representa (para bien o para mal) eso de contar historias
utilizando buena parte de nuestros recursos (dibujo y palabra).
En un blanco y negro demoledor
(esto es posible que haga dudar al posible lector) cuenta la historia de un
crítico de tebeos, de un escritor de cómics pequeños y muy personales, de un
famoso autor, de un faro extraño que contiene un secreto, de amores, de lo
cotidiano. Las piezas que van apareciendo, poco a poco, encajan sin forzar la
maquinaria narrativa, con precisión. Los gráficos se van acomodando a lo que se
cuenta en cada momento convirtiendo el libro en un conjunto magnífico de
registros.
No es extraño que este tebeo sea
uno de los más vendidos en el mundo o que esté traducido a diferentes idiomas.
No es extraño que se convirtiera en un tebeo de culto con rapidez. No es
extraño que los aficionados al tebeo lo recomienden siempre que pueden. Como yo
hago desde aquí.
La obra maestra
(‘Maus’, Art Spiegelman). Parece
que la muerte impide que podamos expresar algunas cosas. Es como si faltáramos
el respeto de forma grotesca al muerto cuando, en realidad, lo que hacemos es
seguir pensando lo mismo que antes de la falta. Sabíamos qué cosas no nos
gustaban. Y seguimos teniéndolas muy claras. Y muy ocultas. Es parte de lo
absurdo que tiene la muerte. Nos hace enanos, miedosos.
Un escritor debe de tener muy
claro que, a través del relato, pone en juego gran parte de lo que es, de sí
mismo. Es verdad que la ficción maquilla mucho todo lo que de autobiográfico
pueda tener una novela, pero el autor conoce perfectamente donde ha dejado la
parte que arriesga. Al escribir, aparecen las experiencias que dejaron buen
poso y las que fueron o están siendo horribles. Todas. Y para eso hay que estar
preparado. Con el lector, al contaminarse de lo que dice la obra, pasa lo
mismo.
Sin riesgo no puede haber
literatura. La falta de libertad al escribir es la ruina de cualquiera que
quiera hacerlo.
Un excelente ejemplo de todo esto
se encuentra en la novela gráfica ‘Maus’ de Art Spiegelman.
Con el holocausto judío de fondo
(no deja de ser un vehículo narrativo y mucho menos importante de lo que puede
parecer), Spiegelman habla de la relación de un padre con su hijo, de cómo
puede odiar ese hijo a la vez que adora a su padre, de cómo el peso de una
narración puede hacer que te difumines llegando a tener problemas mentales
graves, de la intención de un autor y de cómo recibe el mensaje el lector, de
los fantasmas familiares, del suicidio, de la muerte, de los tópicos que
existen aunque lo sean y, sobre todo, de cómo puede escribir un hombre sabiendo
que aquello sucedió y de las consecuencias que tendrá en su entorno.
El cheque en blanco
(‘Persépolis’, Marjane Satrapi).
El cómic es una fuente inagotable de la que pueden beber lectores potenciales
de novela, poesía o ensayo. Un buen tebeo exige un esfuerzo menor por parte de
los muchachos que se acercan a los libros y, lamentablemente, ese es un aspecto
muy importante entre los jóvenes. Aunque, a decir verdad, esa exigencia menor
no es tal puesto que muchos cómics encierran grandes mensajes, grandes ideas y
capacidades expresivas de primer nivel.
Uno de esos tebeos, de los que
pueden servir para abrir la puerta de la literatura a más de uno, de los que se
leen con facilidad, de los que encierran mensajes certeros y profundos y de los
que pueden enganchar al mundo del libro a los jóvenes, es ‘Persépolis’. Lo
firma Marjane Satrapi, iraní de nacimiento, progresista y excelente artista.
La protagonista de la narración
es ella misma. Desde que, siendo niña, asiste a la llamada Revolución Islámica
hasta que viaja a Francia para instalarse allí definitivamente. Irán, Austria,
Irán y Francia. Niñez, juventud, un primer matrimonio, el fracaso. Padre,
madre, abuela, amigos, novios. Todo aparece y desaparece dejando una huella
inmensa, tanto en la protagonista como en el lector. La igualdad de la mujer,
el problema racista, el fanatismo ideológico y religioso, la guerra, la
política internacional. Todo visto desde un punto de vista irónico y coherente.
Sobre todo, visto desde la esperanza y envuelto en un mensaje consolador.
El trazo de Satrapi es sencillo,
casi descuidado. Aunque efectivo y demoledor cuando toca. En un blanco y negro
que artísticamente cumple con el objetivo y define claramente un mundo que nos
presenta la autora de forma descarnada, trágica y honesta. Hace, además, un uso
del papel muy inteligente cuando aumenta las imágenes que marcan la narración
de forma definitiva.
Por supuesto, es un libro muy
recomendable para jóvenes. No puede fallar. La historia, casi en su totalidad,
les parecerá cercana y no perderán interés en ella.
Ya sé que faltan muchos tebeos de
los que se pueden decir maravillas. Prometo más entregas. Sin falta. De momento
vayan leyendo.
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