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Dos minutos, cuarenta segundos y una novela


He tenido, entre las manos, miles de libros. No con la intención de comprobar lo que pesaban sino con la de leerlos. Sin embargo, pasado el tiempo, he comprendido que era la misma cosa. 
El libro que más pesó, al abrirlo por primera y última vez (jamás he leído ninguna de mis novelas una vez publicadas) fue «La edad de los protagonistas». Mi primera novela. Toqué la portada con cuidado, abrí el ejemplar, y fui pasando despacio las primeras páginas, alisando los vértices con el pulgar (siempre lo hago con cualquier libro, pese lo que pese; la liturgia de la lectura es imprescindible) y tomé conciencia de lo que había logrado y del grado de responsabilidad adquirido como escritor con obra publicada. Creo que sólo he sentido algo parecido el primer día que pisé un aula en calidad de profesor. Pero mis novelas no cuentan. Esa sensación de peso extremo, emocional, no es de lo que quiero hablar. 
He leído libros que me llevaron a querer ser escritor. «Las palmeras salvajes» o «Mientras agonizo» de William Faulkner; «La casa verde» o «Conversación en La Catedral» de Mario Vargas Llosa; «La metamorfosis» de Kafka; «El guardián entre el centeno de Salinger»; los relatos de Chéjov o de Raymond Carver; cualquiera de las obras de Federico García Lorca; la poesía de César Vallejo. Alguno más. Pesaban mucho. Cada página la sensación era más poderosa. Era capaz de leer la misma frase media docena de veces para comprobar que era posible decir eso y de esa forma; de la única manera posible. 
La perfección pesa toneladas. El poso que quedó sigue siendo gigantesco. Tiene forma de aprendizaje, de experiencia, de impostura, de enseñanza, de fascinación, de respeto, de rabia. Un poso pesadísimo que resta a otros libros (los flojos) en el haber. Nada es igual después de leer a Proust a Flaubert o a John Dos Passos. 
También he leído libros que, sin ser gran cosa, han dejado alguna marca. Lecturas en la playa, en aeropuertos y estaciones de tren, lugares en los que la concentración es difícil de conseguir. En esas circunstancias tengo por costumbre elegir obras en las que la trama toma fuerza y lo profundo queda al margen. Alguno de ellos me hizo pasar buenos momentos. Para eso se escriben los best sellers. Pesan lo justo y la carga es efímera. Pero algo se dejan notar. 
Leer es descubrir el peso de una obra, la compañía que supondrá durante un tiempo o toda la vida. Leer es integrar un universo o rechazarlo, es modificar el propio o dejarlo intacto. Leer es asumir la pequeñez, lo insignificante de uno mismo. Leer es vivir y morir al mismo tiempo, convertirse en un fantasma más humano de lo que la imaginación permite. Leer es dar un paso adelante, hacia eso que llamamos sentido. Pasos que se hacen ligeros cuanto más peso arrastran. 

 G. Ramírez
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