¿Qué es eso de la poesía?
Una pregunta sencilla para una contestación llena de matices. La poesía acompaña al hombre desde que fue capaz de convertir su mirada única en una forma de arte, desde que el hombre pensó las cosas. Nunca antes nada se había pensado.
El lenguaje es una herramienta aparentemente dócil,
flexible. Da la sensación que podemos modificarlo a nuestro antojo y en
cualquier momento. Creemos que nuestro dominio sobre él es importante, casi
absoluto. Incluso tendemos a incluir palabras cuando gustan a más de uno o a
eliminarlas al no pronunciarlas jamás; por dejadez, por matices de carácter
político, por rencor, por olvido. Sin embargo, el lenguaje es una herramienta
que, muchas veces, nos impide decir lo que queremos, muchas más veces de las que
estaríamos dispuestos a admitir. La expresión ‘no tengo palabras’ es una
fórmula que lo dice todo y que utilizamos cada dos por tres. La imposibilidad
de comunicación es una opción que, teniendo en cuenta la naturaleza del propio
lenguaje (esa comunicación), resulta paradójica.
¿Qué podemos decir a alguien que acaba de perder a un hijo?
¿Cómo podemos expresar la emoción que sentimos en un momento especial? ¿Con qué
palabras (exactas) seremos capaces de transmitir una idea? El lenguaje es
escurridizo, es traicionero. Queremos decir y no podemos; creemos estar
diciendo una cosa cuando estamos diciendo otra bien distinta o los que escuchan
interpretan lo dicho como les parece mejor convirtiendo en lenguaje es un
auténtico desastre; la misma frase significa algo distinto si la digo aquí o
allá, a este o a aquel.
Desde que el hombre es hombre, hemos tenido que recurrir al
mito para explicar y explicarnos. Al relato. Y desde que el hombre es hombre,
casi con seguridad, siempre hubo quien buscó la forma exacta de decir las
cosas. El ser humano será siempre ese niño en constante proceso de búsqueda y
aprendizaje con el lenguaje.
Decir las cosas de forma exacta. Es este el trabajo que
hacen los poetas. Eso es la poesía: la exploración, la experimentación con el
lenguaje, la eterna pregunta, la contestación improbable, la búsqueda perpetua
de ese verso que expresa con todo el acierto posible eso que queremos decir,
que no somos capaces de encontrar de cualquier otra forma, y no se puede
intercambiar con otra fórmula.
Federico García Lorca |
Son muchos los que piensan que hacer poesía es contar sílabas y buscar rimas; o un cierto ritmo en el poema que lo convierta en algo bello. Sin embargo, eso forma parte de la mecánica del escribir que, lógicamente, está unido a la última intención del poeta, aunque no es más que un medio. Lo importante está en el conocimiento del universo a través de la experiencia personal, en saber que cada cosa es un símbolo en sí mismo que nos lleva a imaginar y, por tanto, a acertar; lo importante es convertir la realidad en algo coherente, verosímil, en algo que podamos comprender y aprehender. Lo importante es construir una imagen que sirva para decir lo imposible y que solo, así, podamos agarrar para su contemplación a través de ella. Algo del mundo se transforma en un verso que, a su vez, transforma la realidad. Con un verso podemos entender lo inexplicable. Por tanto, podríamos decir que la poesía es una puerta situada en la frontera que separa el mito convertido en lírica de la realidad más mostrenca. Una puerta que nos permite pasar a un lado u otro sabiendo a lo que nos exponemos, desde la que se vierte la luz necesaria para saber y comprender.
Del mismo modo que la prosa logra explicar el mundo desde
otro mundo ficticio, la poesía convierte en realidad la palabra.
Por ello, la poesía no puede ser explicada. Eso supondría la
muerte de cualquier poema, del verso mejor construido, de su belleza. La poesía
debe recibirse con la mente abierta de par en par para asimilarla desde la
sensación, desde la capacidad absoluta e infinita de imaginación que posee el
ser humano. Si, al mismo tiempo, la comprensión racional se pone en marcha,
mejor que mejor. Y es que tratar de explicar un poema es como tratar de explicar
a dios; es iniciar un proceso en el que poema y dios se diluyen para terminar
desapareciendo.
Rafael Alberti |
Si el poeta tiene la obligación de experimentar el mundo con intensidad, el lector debe recibir el poema con esa misma obligación. Si el poeta está obligado a trabajar duro en su intento de encontrar el verso único con el que poder decir, el lector debe afanarse por recibirlo sin prejuicios técnicos, sin dejar que vaya por delante el puro raciocinio.
Hacer poesía no es ponerse exquisito al escribir, ni
misterioso, ni raro; no es utilizar palabras gruesas para decir sea lo que sea;
no es demostrar un dominio de la escritura basado en el conocimiento del
diccionario. Hacer poesía es encontrar en un verso la única posibilidad que
existe de expresar eso que está y no somos capaces de rodear para hacerlo
nuestro a través del lenguaje.
¿Se puede explicar lo que sentimos ante la muerte de un
amigo? ¿Sabemos decir lo que supone la ausencia y dónde nos arrastra
irremediablemente? ¿Podríamos hacer saber a otro lo que supone un vacío que
nunca podrá llenarse ni con nada ni con nadie? Desde luego que sí. Solo hay dos
condiciones para ello. La primera es haber experimentado eso que queremos
expresar (de no ser así estaremos intentando imitar lo que otros dijeron); la
otra es escribir, experimentar con el lenguaje hasta construir un poema
(olviden la belleza, decir de forma bonita las cosas y ese tipo de tonterías
propias de quien no sabe lo que hace o dice). Les dejo con un magnífico
ejemplo, un poema firmado por Benjamín Prado. En realidad, sería más exacto
decir que les dejo con la única explicación posible a lo que es la poesía. Un
poema. La explicación que, torpemente, he estado intentando hasta aquí.
Benjamín Prado |
LO MISMO Y LO CONTRARIO
Lo contrario de un hombre limpio es el agua sucia.
Lo contrario del mar es una mujer ciega.
El que derriba un puente, construye un precipicio.
Las cicatrices son golpes que no se olvidan.
Hay verdades sin límite y hay cosas que se acaban:
Los ríos son Machado.
Yo te amé a tumba abierta.
Los alacranes brillan a la luz de la Luna
y después son de nuevo venenosos y oscuros.
Es así, tan sencillo.
Luchar por las cenizas es renunciar al fuego.
Una palabra dicha es un pájaro que se vuela.
Tu muerte está debajo de mi piel,
lo mismo que un insecto en un vaso volcado.
¿Qué más puedo decirte?
Que yo te amé de Norte a Sur, a ciegas,
con uñas y con dientes,
sin secretos,
sin trampas.
Que no he querido oír una vez más tu voz, ni mirar nuestras
fotos,
ni verte acariciando con tus dedos azules
a los perros que comen las sobras de tu vida.
Yo sólo quiero oscuridad y humo.
Yo ya no quiero ver
todo lo que los dos hemos perdido.
G. Ramírez
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